Isabel Azkarate: imágenes entre el arte y el reportaje

La fotógrafa, considerada la primera reportera gráfica del País Vasco, es autora de un amplísimo trabajo que aúna el desgarro de la realidad y el interés humano en los años de la España de la Transición

Las fotografías de Isabel Azkarate revolotean alrededor de esa delgada línea donde alguna vez coinciden el arte y el reportaje. Son el resultado de su mirada sagaz, de su talento para captar lo extraño y, también, de la suerte, pues muchas de ellas pertenecen a un espacio inesperado que no se busca, sino que se encuentra. Así ha ido levantando un laberinto de instantáneas, creación y reflejo de lo visto ahí afuera. Pura realidad trascendida por la alta aristocracia del blanco y negro.

Las fotografías de Isabel Azkarate revolotean alrededor de esa delgada línea donde alguna vez coinciden el arte y el reportaje. Son el resultado de su mirada sagaz, de su talento para captar lo extraño y, también, de la suerte, pues muchas de ellas pertenecen a un espacio inesperado que no se busca, sino que se encuentra. Así ha ido levantando un laberinto de instantáneas, creación y reflejo de lo visto ahí afuera. Pura realidad trascendida por la alta aristocracia del blanco y negro.

Aún no andaba por la treintena y la donostiarra, que tenía en sus manos una Nikon F2 de segunda mano, ya venía de vuelta de Barcelona –aprendió el oficio en el Centro Internacional de Fotografía, con sede en el Raval– y de Nueva York. Fue entonces cuando se enroló en el periódico La Voz de Euskadi, gestionado por una sociedad laboral de periodistas provenientes de las extintas cabeceras de la Prensa del Movimiento, y empezó a colocar sus trabajos en revistas como Interviú, Tiempo, Cambio 16 y Ajoblanco.

Evidentemente, son los años de plomo del País Vasco el territorio único de esta fotógrafa, cuando igual se desayunaba un coche bomba que una huelga en la siderurgia. Pero hay mucho más: los internos de la cárcel de Martutene, los enfermos del psiquiátrico de Santa Águeda y los yonquis de una clínica en Oiartzun, por ejemplo. En cualquiera de esas geografías dañadas, ella despliega los ojos y, de tanto mirar, extrae unas imágenes que (sin perder elegancia) podrían cambiar el corazón de sitio al que se pone delante.

No es extraño, por tanto, que a Azkarate se la haya definido como la primera fotoperiodista de Euskadi, quedando al frente de un pelotón en el que también figurarían Maite Bartolomé, Isabel Knörr, Marisol Romo y Begoña Rivas, entre otras. Bajo ese blasón, ella ha ido, en fechas recientes, sumando buenas noticias: la incorporación de su archivo a la fototeca de la Fundación Kutxa, la exposición retrospectiva que le dedicaron en San Sebastián y la selección del libro que revisa su trabajo al completo como uno de los mejores del año por el festival PhotoEspaña.

“La fotografía de Azkarate responde a una gran necesidad de búsqueda y autoafirmación constante; un ejercicio inconsciente e inocente en sus inicios, pero que el tiempo ha afianzado como una genuina manera de vivir y estar en el mundo”, afirma Silvia Omedes en el volumen publicado por la editorial Blume. “Sus instantáneas son un imán para la naturalidad, la humildad y la honestidad, lo más legítimo y auténtico de lo humano”, añade la gestora cultural y comisaria de exposiciones.

A este respecto, los retratos realizados a los neoyorquinos sentados relajadamente en los bancos del Central Park son un alarde de frescura y humanidad. Sucede igual en la serie que realizó en la primavera de 1979 sobre los vendedores ambulantes del mercado barcelonés de Els Encants, donde es posible descubrir esa especie de dignidad discreta con la que los tenderos gestionaban su precario negocio a la intemperie de toda clase de objetos de segunda mano.

Consta que, durante su paso por la capital catalana, Azkarate se situó en la órbita de muchos creadores. Así, entabló amistad con Fernando Amat, diseñador y fundador de la sala Vinçon, el ilustrador Javier Mariscal, los interioristas Fernando Salas y Pep Cortés, y el cineasta Bigas Luna. En estos años, por ejemplo, se ocupó de la fotografía promocional de la película Mater Amatísima (1980), dirigida por Pep Salgot y con Victoria Abril a la cabeza del reparto en uno de sus primeros papeles protagonistas.

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